Para Arendt, la participación
ciudadana es un factor muy importante en el Modelo deliberativo democrático, ya
que en este modelo se supone una concepción participativa y dialógica de la
política y los personajes principales en estas actividades son los ciudadanos.
Arendt dice que la participación no solo consiste en ir y votar el día de las
elecciones, si no también es importante la participación activa de los
ciudadanos en espacios públicos, como movimientos sociales, y esto va a
permitir renovar los procedimientos y marcos desde los cuales se enfocan
cuestiones públicas. Ahora bien, las consecuencias que podrían surgir si no se
promueve la participación entre ciudadanos, es que, se imponga una única
perspectiva y como consecuencia de esto, el ciudadano no podrá ejercer su
libertar política y sin poder alcanzar el acuerdo de individuos diversos. Ante esta participación de los ciudadanos el Estado tiene el deber de darle voz a esos
espacios y estar abierto a las formas de participación deliberativa.
Arendt establece que el uso
publico de la razón, es el modo de pensar específicamente político que puede
sustentar la red intangible de las relaciones humanas pero la razón publica no
supone un razonamiento establecido. También señala, que el uso de la razón no
supone poner entre paréntesis las propias identidades, o justificar
convicciones y creencias a través de argumentos no religiosos o no
identitarios, que todos pudieran aceptar. Esto se trata de reconocer la
potencial auto reflexividad del dialogo público, es decir, reconocer que la
pluralidad de participantes que aparecen como diferentes los unos de los otros
es fundamental para suscitar la reflexión sobre la identidad de cada uno y
sobre sus interrelaciones.
Pensar es la posibilidad de
conformar y confrontar el propio punto de vista a través de las perspectivas de
los demás. Establece Arendt que para confrontar nuestro punto de vista con
otras perspectivas, es importante la pluralidad en el pensar, esto es
fundamental para suscitar la reflexión sobre la identidad de cada uno y sobre
sus interrelaciones.
No debemos hacer juicios políticos
desde la postura de la verdad, según Arendt, porque no hay criterios
definitivos para zanjarlos, de modo que el desacuerdo permanece como una
posibilidad siempre abierta y no eli-minable, aun cuando las posiciones
enfrentadas enfoquen el asunto de manera imparcial. En esa medida, a su modo de
ver, los juicios políticos no pueden exigir como lo harían los hechos
demostrables o la verdad probada, sino que se caracterizan por solicitar el
asentimiento del otro, con la esperanza de llegar a un acuerdo.
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