Dado a que Arendt no pretende pensar la modernidad con
las categorías del mundo antiguo, acude a dos momentos que rompen por completo
con la Antigüedad y fundan nuevas categorías para pensar en el mundo político moderno:
la revolución francesa y la revolución americana.
En la perspectiva de Arendt, la revolución francesa no
cumplió el objetivo de la búsqueda de la libertad, a diferencia de la revolución
americana, la cual resulto más fructífera.
Para Arendt la revolución no es un simple cambio como
las mutatuio rerum romanas o la lucha de clases marxista. Ella propone
comprender la revolución como la búsqueda de la liberación, siempre y cuando
esta tenga como finalidad de la libertad como capacidad de actuar.
Una de las grandes confusiones por las cuales se le ha
otorgado demasiada importancia a la revolución francesa, ha sido por la equiparación
entre liberación y libertad.
Con la idea de la liberación, se refiere al
rompimiento con las ataduras provenientes de la necesidad, de la obediencia por
resguardo de la propia vida o la liberación de la opresión. Se trata, como más
tarde dirá Isaiah Berlin, de una libertad de en oposición a la libertad para.
En este sentido, cuando se habla de libertad, se trata de una libertad para
actuar, para participar, para transformar el mundo; es decir, una libertad “para”
que se expresa en su forma política más positiva. Ahora bien, la liberación es
descrita como el ámbito de la labor. En la labor nos liberamos de la necesidad biológica
y se saldan los requerimientos básicos para la vida. La libertad, en cambio,
está dirigida a un mundo humano construido en común. Así, más que una
condición, se trata de un resultado de la acción concertada: la acción se
circunscribe al ámbito de la acción y de la vida política.
Como ya se menciono, se considera que la Revolución
Francesa no cumplió su objetivo dado a que el papel liberador de la Revolución
Francesa resulta insuficiente para la realización de los más altos fines políticos
que pudiera perseguir cualquier revolucionario, resulta insuficiente para
fundar la libertad.
Después de esto podemos decir que la libertad se
entiende como ausencia de obstáculos; pero no basta tener el camino libre si
aún no se sabe dónde se va. La liberación se entiende en oposición a la tiranía
y la libertad se circunscribe en instituciones más allá de esta lucha.
El fin de la revolución no es la libertad sino la
liberación. La libertad sólo es posible bajo un orden institucional que le da
forma y cause. En esto consiste la gran diferencia entre la revolución francesa
y la revolución americana. La primera libera, la segunda funda la libertad. Resiste
a reducir el constitucionalismo a gobierno limitado porque ello implicaría
entender al poder y a la libertad únicamente como lo entiende el liberalismo y,
por tanto, confinar la libertad únicamente a su ejercicio negativo.
Asimismo, en los federalistas es posible equiparar al
concepto libertad con el de poder justamente por su carácter positivo y por su
fuerte implicación con la pluralidad. Cuando la libertad es entendida como
poder, se manifiesta en la capacidad que tienen los seres humanos de actuar
concertadamente y se puede concretar institucionalmente en un gobierno republicano
constitucional que posibilite y promueva la acción y que valore positivamente a
la pluralidad. Se puede decir que los derechos civiles son conquistas políticas
importantes. Es preciso que simultáneamente a estas conquistas se establezca un
espacio institucional donde puedan seguir siendo conquistadas sin necesidad de
hacer la revolución cada vez que haya nuevas exigencias por parte de la
sociedad.
Ahora bien, la pregunta es ¿Quiénes tienen la
posibilidad para iniciar una revolución? La respuesta más común seria que todos
estamos posibilitados. Cabe resaltar que si los pobres y desprotegidos hacen la
revolución, lo hacen mas por causas sociales que por causas políticas y esto
llevara a luchar por la liberación pero no por la libertad.
Según Arendt, los fines de la revolución es la constitución
de la libertad. Dicha empresa no es poca cosa, ello implica la construcción de
un gobierno estable y, sobre todo, constitucional. El liberalismo ha entendido
gobierno constitucional únicamente como gobierno limitado.
Afirmar que el gobierno constitucional nace de la
necesidad de poner límites al poder del pueblo que ha sido incapaz de darse un
gobierno y, por lo tanto, así entendida esta constitución es impuesta por un
gobierno que no es constituido por el poder del pueblo. Esta reducción del
constitucionalismo nace de la confusión entre “poder de acción” y” control” o “límite
al gobierno”, confusión parecida a la de “liberación” y “libertad”
respectivamente debido a que toma al efecto por la causa. La liberación es condición
de la libertad, pero no puede ser reducida a la primera.
Del mismo modo, la limitación y el control del
gobierno a partir de los Derechos es condición del poder y éste no puede
reducirse ni al gobierno ni a los Derechos: el poder es la forma positiva de la
libertad y por eso no puede ser simplemente limitación.
Los federalistas establecen que el poder procede de
una unión concebida como unión en la construcción de las leyes que dan
fundamento a la libertad. Arendt entiende el poder como para actuar
concertadamente y que, al mismo tiempo, garantiza el espacio de acción a futuro
y la estabilidad de las acciones políticas. En el planteamiento de Arendt, se habla
de Unión y no de soberanía debido a que resulta incompatible con el
establecimiento de una republica donde sea posible la pluralidad y no
simplemente la individualidad o la libertad de movimiento. El poder no puede
ser pensado como soberanía del pueblo porque lleva implícita la creencia
rousseauniana de que el pueblo puede ser representado como una sola voluntad,
como una voluntad general. Para Arendt no hay condición más peligrosa para los
individuos que su pérdida de poder.
Montesquieu es uno de los primeros pensadores que
establece una nueva forma de entender al poder ya no como dominación, sino como
capacidad cuando señala que “el poder contrarresta al poder” y que, por ello,
es necesaria la división de poderes característica del republicanismo moderno y
de los gobiernos constitucionales que pretenden, como el americano, abrir paso
a la pluralidad. Cuando se habla de división de poderes, no se refiere a
disminuir el poder, sino a su correcta distribución mediante un sistema de
pesos y contrapesos entre poderes que proceden del mismo origen.
La revolución Francesa mostró que su pretensión no era
la de un gobierno limitado o con división de poderes, sino la ausencia de todo
poder en forma y contenido. La revolución americana procedía de la lucha por la
independencia respecto de una monarquía constitucional por lo cual los derechos
no eran un problema, sino la división de poderes, de modo que su solución fue
más moderada y circunscrita a un marco institucional de gran envergadura y de
larga tradición constitucional. La división de poderes es uno de los rasgos
característicos del constitucionalismo que más ha influido en el republicanismo
moderno. La división de poderes como sistema de frenos y contrapesos aún
reserva alguna visión del constitucionalismo como límite, como libertad
negativa y como control del poder.
Arendt señala que a los agentes de la revolución
americana “el problema principal que se les planteo, no consintió en limitar el
poder sino en funda uno nuevo.
El poder es uno: el poder del pueblo como potestas in
populum. El proyecto más importante en la revolución americana no es tanto la
fundación del poder que, sino el de fundar y establecer la autoridad que está
como telón de fondo de la legitimidad de dicho poder. Esta nueva autoridad que
funda un nuevo poder está dirigida y pensada al modo republicano clásico, como
auctoritas in senato, en el lugar de las leyes y en el discurso fundacional.