La herencia
del nacionalismo revolucionario estableció tradiciones indesafiables:
nacionalismo energético, congelación de la propiedad de la tierra, sindicalismo
monopólico, legalidad negociada, dirigismo estatal, “soberanismo” defensivo,
corrupción consuetudinaria.
Los años de
la democracia han traído al primer plano de la vida pública al menos el inicio
de un nuevo paradigma nacional, una visible convergencia de la mayoría de los
mexicanos en torno a valores y exigencias que pueden parecer normales en cualquier
democracia y cualquier economía modernas, pero que no se han vuelto parte del
paisaje de México sino en los últimos años, justamente con la apertura de su
vida política a la competencia democrática, y de su economía al libre mercado y
la globalización. Digamos diez:
·
La convicción de que no hay otra vía legítima para
alcanzar el poder o conservarlo que las elecciones y que éstas deben ser:
libres, equitativas, minuciosamente democráticas.
·
La exigencia de transparencia y rendición de cuentas en
todas las instancias de gobierno y de todas las formas de ejercicio del poder.
·
El compromiso universal con los derechos humanos, con la
vigencia del Estado de derecho, la igualdad ante la ley y su contraparte: el
repudio a la impunidad y al privilegio.
·
La exasperada demanda en una solución de fondo,
propiamente histórica, a la baja calidad de las instituciones de procuración de
justicia y seguridad pública.
·
El imperativo moral de combatir la pobreza, asociada a la
alta expectativa de un sistema de seguridad social universal que acompañe y
consolide el paso de una sociedad históricamente desigual extrema a una de
clases medias mayoritarias y homogéneas.
·
El rechazo a toda política de déficit públicos,
desequilibrios macroeconómicos o discrecionalidad gubernamental en el ejercicio
del gasto público.
·
Una cultura pública contraria a la lógica abusiva de
monopolios, oligopolios y poderes fácticos.
·
Una apertura a las ventajas de la globalización, el libre
comercio y la integración económica con América del Norte.
·
Un rechazo a la violencia y la exigencia de un Estado
fuerte capaz de contenerla, tarea primera de un Estado que es dar seguridad a
sus ciudadanos.
·
Una difusa, frustrada, incrédula pero potente aspiración
de crecimiento económico, oportunidades, empleos, creación de riqueza y
prosperidad.
El
nacionalismo revolucionario que engendró al PRI ha sido desplazado a fuego
lento por este nuevo paradigma, que la campaña presidencial y los resultados
electorales del 2 de julio de 2012 dejaron ver con claridad, aunque no otorgaran
a nadie un mandato único para llevarlo a cabo.
Las
elecciones de 2012 volvieron a poner a México en la situación de un gobierno
dividido, con una izquierda más inclinada a bloquear que a inducir reformas
modernizadoras, y una rivalidad del PRI y el PAN que podría echar por tierra en
la lucha política de cada día los ostensibles acuerdos estratégicos que ambos
partidos comparten sobre los cambios de fondo que el país necesita.
Conviene
recordar que la alianza del PAN y del PRI es la que ha hecho las reformas
fundamentales del México moderno desde el año de 1988.
Lo cierto es
que el PAN y el PRI pueden volver a ser aliados en los años que vienen pues
coinciden en cuestiones fundamentales.
Creemos que
la restauración en un sentido estricto, y aun en el laxo, no parece una opción
clara y viable para nadie, empezando por el nuevo gobierno, cuyas acciones
estarán severamente limitadas por un balance de poderes de realidad innegable.
Históricamente en México quien dice restauración dice también populismo, alude
a las peores tradiciones del PRI: un Estado autoritario, sostenido en la
cooptación de clientelas.
La
democracia ha exhibido y desacreditado los restos, pero no los ha erradicado.
Los grandes sindicatos públicos son más fuertes y más autónomos que nunca, lo
mismo que los monopolios estatales y los privados.
La paradoja
es que esos mismos fragmentos conspiran contra la posibilidad de la
restauración de un poder presidencial que pueda someterlos. El PRI puede no
haber cambiado, pero el país sí. Peña Nieto es el primer presidente de la
historia del PRI electo por sufragio universal y no por el famoso “dedazo”.
Como
presidente, Peña Nieto, no tendrá mayoría absoluta en ninguna de las cámaras,
tendrá que lidiar con el contrapeso de un gobierno dividido y tendrá frente a
sí, en el Distrito Federal, al segundo personaje electo más poderoso del país,
el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera.
El nuevo
mandatario deberá convivir con una considerable diversidad de instituciones
autónomas que el país ha construido en estos años, y que no son simples cajas
de registro de instrucciones de la presidencia. Estas son: la Suprema Corte de
Justicia, IFE, el Banco de México, Instituto Federal de Acceso a la Información,
Comisión Nacional de Derechos Humanos y el INEGI.
También
juegan como frenos a la restauración, aunque en ocasiones su calidad deje mucho
que desear, los medios de comunicación mexicanos, más libres y poderosos que
nunca.
La relación
de México con el mundo también ha cambiado y es una bienvenida camisa de fuerza
contra las antiguas discrecionalidades nacionales.
Si el
paisaje de los contrapesos a una restauración es convincente, el de las
convergencias hacia el futuro en reformas clave para el país es prometedor y ha
sido premiado abrumadoramente por los votantes. Unas semanas antes de la
elección presidencial de julio de 2012, les fueron planteadas a los candidatos
algunas preguntas clave sobre sus planes de gobierno. Los consensos de sus
respuestas muestran un ánimo de acelerar el cambio, no de contenerlo. Usamos la
palabra consenso en su sentido estricto: unanimidad.
Todos los
candidatos coincidieron en estas cinco cosas: 1. Seguridad: Más y mejores
policías y retiro gradual de las fuerzas armadas de las tareas de seguridad
pública. 2.
Corrupción: Creación de un organismo o de una comisión nacional
contra la corrupción. 3. Educación: Evaluación independiente del sistema
educativo. 4. Hacienda: Supresión de exenciones y privilegios fiscales. 5.
Procuración de justicia: Autonomía técnica del Ministerio Público.
Se diría por
estas convergencias programáticas, premiadas electoralmente por casi el 70% de
los votos, que el país está en el camino de terminar su transformación política
y económica, más que en el ánimo de echarla para atrás. Por lo que hace al PRI
y al PAN existe hoy una complementariedad sin precedente en sus agendas y están
relativamente claros los términos del intercambio.
Para hacer
un gobierno exitoso, de altos rendimientos económicos y sociales, el PRI
necesita las reformas que él mismo ha contribuido a detener en estos años: en
el ámbito energético, fiscal, laboral y educativo. El PAN quiere a cambio tres
o cuatro reformas políticas de la mayor importancia: reelección de legisladores
y alcaldes, la segunda vuelta en la elección presidencial, referéndum
vinculante para cambiar la Constitución y reforma de los sindicatos públicos
con tres decisiones clave: fin a la retención y entrega de cuotas sindicales
por el gobierno, fin a la llamada “toma de nota”, mediante la cual el gobierno
reconoce a las dirigencias sindicales, y fin a la cláusula de exclusión,
mediante la cual un sindicato puede expulsar del trabajo a quien no se
subordina política y laboralmente a sus criterios. Peña Nieto ha manifestado su
desacuerdo tajante o con matices a todos estos puntos.
El periodo
que va de la elección en julio hasta la toma de posesión en diciembre tiende a
ser de zozobra e incertidumbre. Es un timing institucional absurdo que hace
convivir por demasiados meses a un gobierno saliente que es perro sin dientes y
a uno entrante que no puede empezar a gobernar.
El
sufrimiento enseña y los gobiernos entrante y saliente de 2012 han tratado de
negociar en mutuo beneficio un interregno productivo, vale decir: un periodo de
sesiones del nuevo Congreso (septiembre-diciembre) donde puedan acordarse ya
algunas reformas clave que cuelguen medallas en el pecho del gobierno saliente
y limpien el terreno para el entrante. Los meses del interregno transcurrido
desde las elecciones de julio parecen los más prometedores de mucho tiempo.
El resto de
la agenda congresional para el interregno y los primeros meses del nuevo
gobierno, va en el rumbo del nuevo paradigma. Se han planteado, propuesto o
comprometido por el nuevo gobierno cambios legislativos para dos tipos de
reformas: las de carácter estructural y las derivadas de la coyuntura política
posterior a las elecciones.
El fragor de
la batalla electoral trajo a la agenda tres reformas de coyuntura, destinadas a
satisfacer reclamos de la opinión pública y de la oposición. Lo importante no
será tanto cuántas reformas se aprueben sino cuántas señales trascendentes
puedan enviarse desde el gobierno y el Congreso sobre el lugar adonde se quiere
ir, como Estado y como país. A nuestro juicio, tres señales fundamentales
serían las siguientes:
·
Primero, poner fin al tabú petrolero mediante una reforma
constitucional que permita la inversión privada minoritaria en Pemex.
·
Segundo, un plan de inversión pública en infraestructura
de cara al nuevo mapa regional de México, para conectar a las regiones entre sí
y para fortalecer sus vínculos con el resto del mundo.
·
Un aumento sustancial de los recursos públicos atados al
financiamiento de un piso de seguridad social universal, para todos los
mexicanos por el hecho de serlo.
México
necesita una épica de prosperidad, una narrativa creíble de futuro. Puede
montarla sobre los ejes del nuevo paradigma que doce años de democracia han
sembrado al fin en la cabeza de la sociedad mexicana, luego de demoler uno a
uno sus mitos: el mito de la Revolución, el mito del presidente, el mito del
petróleo, el mito del PRI, el mito del enemigo en la frontera norte, y el gran
mito del gobierno que da y la sociedad que recibe.
En
conclusión, el articulo se refiere a que el que el PRI regresara al poder no es
el mismo poder que termino en las elecciones del 2000, ya que en primera México
no es el mismo de antes, ya que se han creado organizaciones y sindicatos de
los cuales tienen mucho poder y no van a dejar regresar al poder populista.
Otra diferencia es que antes cuando el PRI tenia el poder, no era un poder
divido a diferencia de ahorita. Y por ultimo, como es un poder divido, el
partido PRI y PAN han hecho alianzas o llegado a acuerdos los cuales están encaminados
aun progreso.
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